Magnífica e hipnótica. No se me ocurren mejores palabras para definir a la ambiciosa serie que las anteriormente enunciadas. Portentoso objeto del delirio que Robert Rodriguez expone en todas y cada una de sus obras, Abierto hasta el amanecer desangra todos nuestros sentidos hasta el extremo, manteniéndonos en un constante estado de trance y frenesí del que no queremos (ni podemos) salir.
Conocedores de la trama principal, así como del desenlace de la misma, los más fervientes admiradores del tándem Tarantino-Rodriguez, asistimos atónitos a una muy digna (aunque más pobre) versión de los hechos perpetrados por los hermanos Gecko en su alocada carrera hacia El Rey. Y lo hacemos libres de complejos, cómplices de la simpatía que Clooney y Tarantino despertaron en nuestro ser en aquella obra magna de obligado culto fantástico llamada Abierto hasta el amanecer a la que, tras varias y decepcionantes secuelas cinematográficas, ahora Rodriguez decide devolver a la vida.
¡Y cómo lo hace! El siempre indómito cineasta opta por cargar de hemoglobina la vibrante historia vampírico-mexicana, desangrando lentamente la trama conocida por todos, parándose en los detalles que definen la historia y a los personajes, e incluso jugando a reinventar a Richie Gecko, convirtiendo a este último en iluminado diabólico en detrimento de la paranoica y demencial versión ofrecida por Quentin Tarantino allá por los noventa.
¿Mi opinión al respecto como defensora de la obra original?
[quote_box_center]La serie, aunque brillante, mística, electrizante y altamente estimulante, no puede ser igualada por la genial obra del celuloide concebida por Tarantino y Rodriguez en plena euforia creativo-gamberra.[/quote_box_center]
Así pues, la clave para disfrutar de la obra, digna de nuestra más ferviente atención, es entenderla como un elemento unitario y diferenciado de la película que le da nombre.