Con la chica de moda a la cabeza, Anya Taylor-joy, y la firma de la debutante Autum de Wilde, Jane Austen vuelve a la gran pantalla con una historia que sin necesidad de ser contada de nuevo intenta reinventar un clásico que hoy en día no pasaría los canones de la estupidez que impone la Cultura de cancelación.

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Nadie había pedido un remake de Emma. Existían mini series, películas y adaptaciones contemporáneas como ese loco hit de los noventa llamado Cluelles (Fuera de onda). Así pues, ¿qué aporta esta nueva cinta?

La película, bañada en un empachoso tono pastel, consigue despachar todas las tramas con agilidad y con más rápidez por finiquitarlas que por narrarlas. De este modo, con un revoltijo de personajes que entran y salen, las acciones y reacciones de los personajes quedan a menudo sin justificar, dejando a cargo del espectador la tarea de suplir los vacios narrativos que debieran ayudar a entender y disfrutar de la historia.

Se dice que Emma es insolente, vanidosa, cruel… Pero en ningún moomento se nos demuestra que sea así. Por tanto cuando hacen referencia a su cambio de actitud el espectador se pregunta si es que no ha prestado la demasiada atención.

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De igual modo ocurre con personajes como el señor y la señora Elton, Frank Churchill o Jane Fairfax. Sus comportamientos resultan tan inexplicables como injustificados siendo su intervención en casos como los de los señores Elton del todo innecesaria.

La película también falla en su propósito de ofrecer algo distinto, de reinventar una historia ya conocida por todos. Atada a los canones de los convencional y con alguna licencia humorística, la cinta se presenta tan prescindible como pobremente narrada.

Destaca no obstante, el esfuerzo por recrear escenarios, vestuarios y atrezzos que capten la atención visual de espectadores que no teman exponerse a una sobrexposición de tonos pasteles.